La unificación de Italia y el papel de Garibaldi

Durante siglos, la península itálica estuvo dividida en numerosos estados independientes, dominados en parte por potencias extranjeras como Austria, Francia y España. Desde los Estados Pontificios hasta el Reino de Nápoles, pasando por Lombardía, Venecia o Cerdeña, Italia era más una idea cultural que una entidad política. Pero en el siglo XIX, ese sueño comenzó a transformarse en proyecto.
La unificación de Italia no fue un acontecimiento espontáneo ni uniforme. Fue un proceso complejo, lleno de conflictos, diplomacia, revoluciones y figuras carismáticas. Entre todos los protagonistas de esta epopeya, uno brilló con una mezcla de audacia y leyenda: Giuseppe Garibaldi.
Un contexto de fragmentación y control extranjero
La herencia de siglos de divisiones
Desde la caída del Imperio Romano, la península itálica no volvió a estar políticamente unificada. Durante la Edad Media y la Edad Moderna, ciudades-estado como Florencia, Génova o Venecia competían entre sí, mientras reinos más grandes, como el de Nápoles o el de Sicilia, caían bajo influencia extranjera.
A comienzos del siglo XIX, Italia era un verdadero rompecabezas geopolítico:
- El Reino de Piamonte-Cerdeña, al noroeste, gobernado por la Casa de Saboya.
- El Reino Lombardo-Véneto, bajo dominio del Imperio Austriaco.
- Los Estados Pontificios, controlados por el Papa.
- El Reino de las Dos Sicilias, que abarcaba el sur y Sicilia.
- Varios ducados y principados menores con lealtades ambiguas.
Esta situación generó frustración entre los sectores liberales y nacionalistas que deseaban una Italia unida, moderna y libre de la intervención extranjera.
El resurgimiento de una idea nacional
El nacimiento del Risorgimento
El Risorgimento (Renacimiento) fue el movimiento cultural, político y militar que impulsó la unificación italiana entre 1815 y 1871. Inspirado por las ideas de la Revolución Francesa y los valores del liberalismo europeo, el Risorgimento buscaba no solo una Italia unida, sino también una nación regida por una constitución, con libertades civiles y representación política.
Los pilares ideológicos del Risorgimento se cimentaron a través de:
- Publicaciones y panfletos revolucionarios.
- Movimientos secretos como los carbonarios.
- Revoluciones locales que, aunque muchas veces fracasadas, mantenían viva la llama de la unidad.
La figura intelectual de Giuseppe Mazzini
Uno de los primeros impulsores fue Giuseppe Mazzini, un pensador y activista que fundó la organización Joven Italia en 1831. Mazzini creía que la nación debía construirse desde el pueblo, no desde las monarquías, y propuso una república italiana.
Aunque sus ideas no triunfaron de inmediato, influenciaron a toda una generación de patriotas, incluyendo a un joven exiliado: Giuseppe Garibaldi.
Garibaldi el revolucionario de corazón indomable
Una vida marcada por la lucha
Giuseppe Garibaldi nació en Niza en 1807. Marinero de profesión, pronto se involucró en movimientos revolucionarios inspirados por Mazzini. Tras un fallido levantamiento, fue condenado a muerte y huyó a América del Sur.
Allí, participó en las guerras civiles de Brasil y Uruguay, liderando guerrillas con notable valentía. Esta experiencia forjó su fama como guerrero popular y táctico audaz.
El retorno a Italia y su ejército de camisas rojas
Cuando regresó a Italia en 1848, Garibaldi ya era una leyenda. Durante las revoluciones de ese año luchó contra los austríacos y los borbones, aunque sin éxito definitivo. Pero fue en 1860 cuando su figura se consagró definitivamente.
Con apenas mil voluntarios mal armados, conocidos como los “camisas rojas”, emprendió una expedición desde Génova hacia Sicilia para liberar el sur del dominio borbónico. Contra todo pronóstico, logró tomar Palermo, cruzó el estrecho de Mesina y avanzó hacia Nápoles.
El pueblo lo recibió como un héroe. Su campaña fue tan rápida y efectiva que el rey Víctor Manuel II debió intervenir para evitar que Garibaldi proclamara una república popular.
Diplomacia, monarquía y unidad bajo la Casa de Saboya
El rol clave del Reino de Piamonte-Cerdeña
Mientras Garibaldi libraba batallas desde el sur, en el norte el proceso de unificación estaba liderado por Víctor Manuel II, rey de Piamonte-Cerdeña, y su astuto primer ministro, Camillo Benso, conde de Cavour.
Cavour comprendió que la unificación solo sería posible mediante alianzas diplomáticas. Se alió con Francia para derrotar a Austria en 1859, logrando incorporar Lombardía. Posteriormente, se aprovechó del vacío de poder para anexionar otros estados del centro de Italia.
El encuentro entre el revolucionario y el monarca
El momento simbólico del proceso ocurrió en Teano, en octubre de 1860, cuando Garibaldi entregó el sur conquistado a Víctor Manuel II, reconociéndolo como rey de Italia. Esta decisión, aunque polémica entre los republicanos, permitió consolidar la unidad sin una guerra civil.
Así, el 17 de marzo de 1861, se proclamó oficialmente el Reino de Italia con Víctor Manuel II como su primer rey. Garibaldi, aunque decepcionado por la falta de reformas sociales, se retiró temporalmente a su casa en la isla de Caprera.
El proceso inconcluso de la unidad territorial
Roma y Venecia aún fuera del reino
A pesar del entusiasmo por la proclamación del reino, Italia aún no estaba completa. Venecia seguía bajo control austriaco, y Roma era defendida por tropas francesas al servicio del Papa.
Garibaldi intentó tomar Roma por la fuerza en 1862 y 1867, pero fue detenido por el mismo gobierno que ayudó a crear. Sin embargo, en 1866, Italia se unió a Prusia contra Austria y logró anexionar Venecia.
Finalmente, en 1870, con la retirada de las tropas francesas durante la guerra franco-prusiana, las tropas italianas entraron en Roma, que fue declarada capital del Reino de Italia en 1871.
La figura de Garibaldi más allá del mito
El héroe del pueblo
Garibaldi encarnó como pocos el espíritu popular del Risorgimento. Era carismático, valiente, idealista y profundamente querido por la gente. Luchó por una Italia unida, pero también por una nación más justa, con derechos sociales, libertad y participación.
A diferencia de otros protagonistas del proceso, Garibaldi no buscó poder personal. Rechazó cargos, renunció a privilegios y vivió modestamente, lo que aumentó su aura de héroe romántico.
Las contradicciones del nuevo estado
Tras la unificación, Italia siguió enfrentando enormes desafíos. El sur quedó marginado del desarrollo económico, surgieron tensiones sociales, y el centralismo del nuevo Estado chocaba con las diversidades regionales.
Garibaldi, ya mayor, continuó defendiendo causas progresistas. Participó en conflictos internacionales a favor de pueblos oprimidos, como en Francia, y nunca dejó de criticar las injusticias dentro de su propia nación.
Un legado que aún inspira
El símbolo de la libertad italiana
Hoy, Garibaldi es una de las figuras más veneradas de la historia italiana. Su imagen aparece en estatuas, plazas, escuelas y billetes. No como un político más, sino como el hombre que unió Italia desde abajo, desde la gente común.
El proceso de unificación también sigue siendo objeto de debate. Algunos lo ven como una revolución incompleta, otros como un milagro diplomático. Lo cierto es que cambió para siempre el mapa de Europa y la identidad de los italianos.
Una historia de ideales, armas y sacrificios
La unificación de Italia fue mucho más que un proyecto político. Fue la cristalización de un anhelo compartido por generaciones. Fue el resultado de revueltas populares, maniobras diplomáticas, batallas épicas y decisiones difíciles.
Garibaldi fue la figura que dio alma a ese proceso. Su valentía, su coherencia y su visión trascendieron las divisiones ideológicas. Y su legado nos recuerda que la construcción de una nación no solo se da en los palacios, sino también en el campo de batalla, en las calles y en la voluntad de los pueblos.