La Revolución Rusa y el nacimiento de la URSS

A comienzos del siglo XX, el Imperio Ruso era una de las naciones más extensas del mundo, pero también una de las más atrasadas en términos sociales y económicos. Gobernado por la dinastía Romanov desde hacía más de 300 años, el país era una autocracia absoluta encabezada por el zar Nicolás II, quien concentraba el poder sin restricciones.
Mientras Europa occidental experimentaba avances industriales, reformas políticas y movimientos obreros, Rusia se mantenía atada a estructuras feudales. La mayoría de la población era campesina, sometida a una nobleza terrateniente y sin derechos políticos reales. Las condiciones laborales eran deplorables, y la represión del Estado zarista hacía imposible cualquier expresión de disidencia.
La guerra ruso-japonesa (1904–1905) y la masacre del Domingo Sangriento encendieron la primera chispa de rebelión. Aunque no logró derrocar al zar, la Revolución de 1905 dejó una huella profunda en la conciencia popular y en la organización de los primeros soviets —consejos de obreros y campesinos.
La Primera Guerra Mundial como detonante
En 1914, Rusia entró en la Primera Guerra Mundial del lado de la Triple Entente. El conflicto, lejos de unir al país, exacerbó sus crisis internas. Millones de soldados mal entrenados y peor armados fueron enviados al frente, donde las derrotas se acumulaban. En la retaguardia, el hambre, la inflación y el caos logístico desataron el descontento masivo.
La figura del zar se volvió cada vez más impopular, en parte por su incompetencia y en parte por su cercanía con Rasputín, un místico que influía en las decisiones de la corte. La situación se volvió insostenible.
En febrero de 1917 (marzo en el calendario occidental), una serie de huelgas y protestas en Petrogrado (actual San Petersburgo) culminaron con la abdicación de Nicolás II. El poder quedó en manos de un Gobierno Provisional liderado por Aleksandr Kérenski, quien prometía reformas pero decidió continuar con la guerra, lo que generó aún más rechazo popular.
La Revolución de Octubre y la toma del poder bolchevique
Mientras el Gobierno Provisional intentaba mantener un difícil equilibrio, el partido bolchevique —una facción radical del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso— crecía en popularidad. Su líder, Vladímir Ilich Uliánov, conocido como Lenin, regresó del exilio con un mensaje claro: paz, pan y tierra.
Lenin y los bolcheviques ofrecían lo que el pueblo exigía: el fin de la guerra, la redistribución de tierras y el poder para los soviets. Aprovechando el descontento generalizado, en octubre de 1917 (noviembre en el calendario gregoriano), los bolcheviques organizaron un golpe de Estado.
La toma del Palacio de Invierno, sede del Gobierno Provisional, fue rápida y casi sin resistencia. Se instaló un nuevo gobierno encabezado por Lenin y apoyado por los soviets. Nacía así el primer Estado socialista del mundo.
Las primeras medidas del nuevo régimen
Una vez en el poder, el gobierno bolchevique no tardó en implementar transformaciones profundas. Entre las primeras decisiones se encontraban:
- La retirada de Rusia de la Primera Guerra Mundial, formalizada en el Tratado de Brest-Litovsk con Alemania en 1918.
- La nacionalización de las tierras y su redistribución entre los campesinos.
- La estatización de la banca y la industria pesada.
- La supresión de la Asamblea Constituyente, donde los bolcheviques no habían conseguido mayoría, consolidando un poder dictatorial.
Estas medidas, aunque populares entre ciertos sectores, generaron resistencia entre diversos grupos: monárquicos, liberales, socialistas moderados y potencias extranjeras. Así comenzó una sangrienta guerra civil.
La Guerra Civil Rusa y el triunfo del comunismo
Entre 1918 y 1922, Rusia fue escenario de una cruenta guerra civil entre el Ejército Rojo, comandado por León Trotski, y el Ejército Blanco, una amalgama de fuerzas contrarrevolucionarias apoyadas por países como Francia, Reino Unido, Japón y Estados Unidos.
La guerra dejó millones de muertos, una economía devastada y una sociedad profundamente polarizada. A pesar de la intervención extranjera y la feroz oposición interna, los bolcheviques lograron imponerse.
Durante este período, se instauró el llamado “Comunismo de guerra”, un régimen de control total sobre la economía, requisiciones forzadas de alimentos y represión política mediante la temida policía secreta, la Cheka.
En 1922, una vez finalizada la guerra, se proclamó oficialmente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), compuesta inicialmente por Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia. Se consolidaba así un nuevo modelo político, económico e ideológico que marcaría el siglo XX.
La figura de Lenin y su legado
Lenin no solo fue el líder de la revolución, sino también el arquitecto del nuevo Estado soviético. Aunque promovía una dictadura del proletariado, en la práctica se instauró un sistema de partido único, donde cualquier forma de oposición era duramente reprimida.
En sus últimos años, Lenin empezó a preocuparse por el rumbo autoritario que estaba tomando el gobierno, especialmente por la creciente influencia de Iósif Stalin. Murió en 1924, dejando un legado ambivalente: por un lado, la inspiración revolucionaria para millones de oprimidos; por otro, las bases de un régimen totalitario.
El ascenso de Stalin y el fortalecimiento de la URSS
Tras una dura lucha por el poder interno, Stalin se impuso como el nuevo líder de la URSS. Bajo su mandato, el país experimentó una rápida industrialización, colectivización forzada de la agricultura y una brutal represión de cualquier disidencia.
El culto a la personalidad, los campos de trabajo forzado (gulags) y las purgas masivas se convirtieron en parte del aparato estatal. Sin embargo, Stalin también convirtió a la URSS en una superpotencia militar e industrial, capaz de resistir y derrotar a la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
La influencia internacional de la Revolución Rusa
La Revolución de 1917 no solo transformó a Rusia: sacudió al mundo entero. Inspiró movimientos comunistas en Europa, Asia, América Latina y África. Dio origen a la Tercera Internacional (Komintern), destinada a promover la revolución global.
Durante la Guerra Fría, la URSS se convirtió en el principal referente del bloque comunista, en oposición al capitalismo liderado por Estados Unidos. La polarización ideológica, militar y económica del planeta fue una consecuencia directa de aquella revolución.
Luces y sombras de un experimento social sin precedentes
El nacimiento de la URSS fue una de las experiencias políticas más ambiciosas y controvertidas de la historia. En nombre del socialismo, se lograron avances impresionantes en alfabetización, salud y tecnología. Pero también se cometieron atrocidades, se suprimieron libertades básicas y se instauró un régimen basado en el miedo.
La caída de la URSS en 1991 cerró un ciclo de casi 70 años. Pero el eco de la Revolución Rusa sigue resonando. Sus ideas, sus errores, sus logros y sus contradicciones son parte indispensable del análisis del siglo XX.
Una mirada crítica desde el presente
Hoy, en un mundo marcado por desigualdades, tensiones geopolíticas y nuevas formas de autoritarismo, la Revolución Rusa invita a una reflexión profunda. ¿Es posible construir una sociedad más justa sin caer en el totalitarismo? ¿Cómo equilibrar igualdad con libertad? ¿Qué lecciones podemos extraer de ese pasado tumultuoso?
La historia de la Revolución Rusa y el nacimiento de la URSS no es solo un capítulo del pasado. Es una advertencia, una inspiración y un espejo. Un recordatorio de que las transformaciones sociales profundas, aunque necesarias, deben construirse sobre bases sólidas de ética, pluralismo y humanidad.